Fundación de Nueva Cádiz y la Casa de la Contratación.
Por: Manuel Taibo./ manueltaibo@cantv.net
Fecha de publicación: 15/01/11
En el transcurso de 1500 unos aventureros buscadores de perlas se establecieron en la Isla de Cubagua, la cual nueve años más tarde era ya una ciudad organizada y al correr del tiempo se llamó Nueva Cádiz. En 1501 el licenciado Marcelo Villalobos concluyó un tratado para la conquista y establecimiento de la Isla de Margarita, (Paraguachoa) la cual, como ya hemos visto, había sido visitada el año anterior por la expedición de Pedro Alonso Niño y Cristóbal Guerra.
Más tarde volvió Cristóbal Guerra, acompañado de su hermano Luís, en dos Carabelas, tocando en la Provincia de Paria y luego en la Isla de Margarita, recorriendo en todas direcciones el canal que se forma entre ésta y el Continente, saqueando por doquiera oro y perlas y regresaron a España a principios de noviembre de 1501, con gran acopio de estos y de indígenas que vendió allá como esclavos.
En 1506, el Rey Fernando V de Aragón autorizó al Capitán de Navío Alonso de Ojeda y a Diego de Nicueza para expedicionar sobre las Indias Occidentales de la Mar Océana y denominar Nueva Andalucía y Castilla de Oro, respectivamente, a las Provincias que descubrieran. El primero ocupó el territorio comprendido desde el Golfo de Paria hasta el Cabo de La Vela, empleando tres años en su exploración; y como la Isla de Cubagua era el mejor sitio para el saqueo de perlas, mandó el Monarca en 1509 establecer en ella una colonia de españoles con el objeto de aprovecharse de esta hermosa fuente de riqueza, y efectivamente, como ya lo hemos dicho, en 1511 se fundó allí una población con el nombre de Nueva Cádiz. En 1515 arribaron a dicha Isla Gaspar de Morales y Francisco de Pizarro y en 1517, Vasco Núñez de Balboa, quienes después de haber saqueado gran cantidad de perlas salieron a emprender nuevos descubrimientos y conquistas.
Durante muchos años las costas venezolanas no fueron visitadas sino por los que venían a robar y saquear a sus habitantes, para traficar con ellos en las Islas, y esta circunstancia contribuyó en mucho a entorpecer los establecimientos de pobladores. La más ruidosa de estas piraterías tuvo lugar en las costas de Cumaná, donde residían dos misioneros enviados por la Orden de Santo Domingo a predicar el evangelio. Bien recibidos y agasajados por los indígenas se prometían los más felices resultados de su pacifica y benéfica misión, cuando para su mal, acertó a pasar por allí un navío español de los que andaban saqueando perlas y capturando esclavos.
Los aborígenes, que se creían protegidos por los misioneros, en vez de huir como solían hacerlo en tales ocasiones, salieron a recibir los viajeros, les suministraron bastimentos y dieron principio alegremente a sus permutas. Pasáronse algunos días en buena armonía, hasta que estando bien confiados los indígenas, convidaron los conquistadores al Cacique del pueblo, para que fuese a comer con ellos a la nave. Aceptó el Cacique, después de haberlo consultado con los religiosos, y se fue al bajel con su mujer y hasta diecisiete personas de que se componía su familia, entre hijos, deudos domésticos. Más no bien habían puesto pie a bordo, cuando se vieron cercados, y amenazados de muerte, luego fueron apresados, alzando las velas rumbo a Santo Domingo, donde los vendieron como esclavos.
Los desolados vasallos del Cacique quisieron tomar venganza en los religiosos, juzgándoles cómplices de aquella insigne perfidia, pero ellos lograron aplacarlos, ofreciéndoles que dentro de cuatro meses serían devueltos el jefe indígena y su familia. Así en efecto lo enviaron a decir a sus superiores, interesados en la libertad de los prisioneros y manifestándoles el riesgo que corrían con los demás indios, si pasado el término no volvían aquellos a su patria, más, todas las gestiones fueron vanas, pues, aunque los jueces despojaron de su presa a los piratas, sólo fue para repartírsela entre sí; los indígenas se consumieron en la esclavitud, y los religiosos pagaron con la vida la alevosía e inhumanidad de sus conciudadanos.
La grande utilidad que se sacaba de la extracción de perlas en el Golfo de Paria y en Cubagua, había dado ocasión por ese tiempo a que los traficantes la visitaran con frecuencia, atraídos por el provecho de la extracción, y también buscando esclavos, que unas veces les vendían los mismos aborígenes, y las más asaltaban ellos, con la disculpa de que eran los Caribes. Olvidado con el tiempo el triste lance de los dominicos, se fundaron dos conventos en la costa continental: Uno de la misma Orden de Santo Domingo en el puerto y pueblo de Chiriviche, junto a Maracapana y otro de Franciscanos, más al Oriente, cerca del río Manzanares, frente a Cubagua. (Chiriviche: lugar que la mayoría de los historiadores confunden también con el puerto de Chichiriviche o El Flechado, en el hoy, Estado Vargas y con el puerto de Chichiriviche en el Estado Falcón)
En 1519, un tal Alonso de Ojeda, (homónimo del conquistador, más no debemos confundir con -aquel) vecino de Cubagua, armó una Carabela con el fin de sacar esclavos en el Continente y recorrió la costa abajo hasta Chiriviche, en la desembocadura del río del mismo nombre, donde se hallaba el convento de Santa Fe, que era el de los Padres Dominicos. A la sazón no había allí más que dos religiosos: el portero y el vicario, los cuales ignorantes del designio, recibieron al pirata con muchos agasajos. Manifestó Ojeda deseos de hablar al Cacique Maragüey, a quien, al acudir al llamado de los religiosos, pidió recado de escribir y le preguntó con mucha gravedad cuales eran las tribus de su comarca que comían carne humana . Costumbre que se les achacaba a los Caribes con el fin de justificar ante el Rey español, la prisión y muerte de aquéllos, cuando su resistencia sólo debía interpretarse como el sentimiento sagrado impreso profundamente por Dios en el espíritu de todo hombre para defender con su libertad la de su suelo privilegiado y no caer en las redes de los traficantes de esclavos. Maragüey, que no era lerdo ni cobarde, les contestó enojado: No, no carne humana, carne humana, no, y sin añadir palabras se retiró, sin que fueran suficientes para aquietarle las “buenas” razones de los religiosos.
Ojeda volvió a su navío y siguiendo la costa, desembarcó cuatro leguas a sotavento de Maracapana, en los dominios del Cacique Gil-González, quien recibió muy bien a los navegantes y aún les permitió penetrar en sus tierras como lo solicitaron con el pretexto de comprar abastecimientos. Más para trasladar los cuales pidió el servicio de cincuenta indígenas, ofreciendo pagar los frutos y su acarreo luego de ser puestos en Maracapana; le fue concedido así, más apenas llegaron a aquel sitio los desprevenidos indígenas, a una señal convenida, cayeron sobre ellos los conquistadores, espada en mano, y comenzaron a atarlos para conducirlos al navío. Pugnaron los infelices largo rato por deshacerse de aquellos inhumanos alevosos, empleando para ello los esfuerzos de la desesperación, pero hallándose desnudos y desarmados resultó vana toda resistencia. Treinta y seis quedaron prisioneros y fueron embarcados para ser vendidos como esclavos; unos cuantos que huyeron muy maltratados y heridos, fueron a esparcir por el país la fama de la perfidia con que pagaban aquellos aventureros un buen acogimiento. En un instante se alarmó toda la costa y Gil-González y Maragüey se unieron para concertar el modo de acabar con los huéspedes traidores.
Enseñados ya a malas artes por los conquistadores, disimularon al principio, esperando una coyuntura favorable; y a poco la extraña ceguedad de Ojeda proporcionó a Gil-González el darle muerte a él y a otros seis de los suyos, en ocasión de haber desembarcado a solazarse, como si nada hubieran hecho. Justa fue la venganza, pero no saciado con ella, pasó Maragüey al convento de Santa Fe, donde mató al lego y al vicario, taló los árboles que los religiosos habían plantado, dio muerte al caballo que les servía en el huerto, despedazó las imágenes y quemó el convento.
Cuando el Gobierno de Santo Domingo supo lo ocurrido, lejos de restituir a su país los indígenas cautivos, para borrar con un acto de justicia la mala impresión que debía haber causado la perversidad de Ojeda, sólo pensó en hacer un escarmiento en los indígenas y al efecto se aprestó una armada de cinco navíos de guerra cuyo efectivo se elevaba a trescientos hombres, al mando del Caballero de la Llave de Oro, Gonzalo de Ocampo.
Esta primera expedición militar debía asolar el país, degollar a los más culpables y tomar sin distinción por esclavos a todos los demás. “Tales órdenes se dieron por cristianos. Esto, en sana razón y verdadera justicia. Dice Quintana, era hacerse sin pudor cómplices de la piratería de Ojeda”. Ocampo empleó medios artificiosos que le dieron buenos resultados y cumplió su encargo a satisfacción de sus mandatarios; situó su base militar en la Isla de Cubagua, la única poblada por conquistadores en aquella época y más próxima a Tierra-Firme, de allí hacía sus incursiones sobre la costa de Cumaná, utilizando los Pataches artillados con pedreros. (Según refieren las crónicas, en la Isla de Cubagua abundaba una clase de piedras esféricas que daba exactamente el calibre de los cañones pedreros. A efecto del fuego de estas armas que se hallaban emplazadas a bordo y en el fuerte que edificaron, fue que lograron conseguir los conquistadores el retiro de los indígenas alzados en el litoral de la costa)
El Cacique Gil-González fue muerto a puñaladas por un oscuro marinero, su tierra entrada a fuego y sangre, muchísimos indígenas ahorcados y empalados. (Empalar suplicio de origen turco, era uno de los más terribles tormentos, sentaban desnudos a los cautivos en estacas sembradas en la tierra en forma de cruz con punta muy aguzada metiéndosela por el recto, partiéndole los intestinos y les salía por la boca). En vista de los efectos favorables de la campaña naval resolvió Ocampo establecerse y despidiendo los barcos cargados de esclavos quedose él media legua más arriba de la embocadura del río Manzanares, donde fundó un pueblo que llamó Nueva Toledo.
El asalto de Ojeda y la terrible venganza de Ocampo habían preparado a la Nueva Toledo desde su fundación, el germen de una pronta destrucción y el temor se hacía cada vez más intenso en el ánimo de los conquistadores. A punto que por agosto de 1521, llegó Fray Bartolomé de las Casas, y en lugar de animarse con sus exhortaciones y su ejemplo, los conquistadores se dispusieron a volver a La Española en los navíos que el traía. Imitando a éstos resolvieron también regresar los que le habían acompañado, y con todos se fue Ocampo, dejándole entregado a su mala ventura, con sus criados, unos cuantos hombres a sueldo y muy pocos amigos.
Fray Bartolomé determinó pasar a Santo Domingo, a implorar de las autoridades el remedio a tantos males, y se embarcó dejando a Francisco de Soto por Capitán de su gente, con encargo formal de no separarse de este primer establecimiento de población en Tierra Firme, el cual se reducía al recinto de la fortaleza; de no dejar que se apartasen del puerto los dos navíos que allí había y de trasladar a ellos los hombres y la hacienda, en caso de un ataque de los Caribes, Pero era preciso que la codicia y la indisciplina de los conquistadores en cierne desbaratasen completamente los proyectos de la caridad y la filosofía; de Soto tan obediente como desvariado apenas ausentose el fraile, envió los navíos a capturar esclavos, perlas y oro.
Los Caribes que espiaban los movimientos de sus enemigos, al verlos solos y sin buques en que escapar, resolvieron asaltarlos y destruirlos; y aunque el proyecto y el día de su ejecución fueron descubiertos, no fue suficiente para impedir ni el ataque ni el desastre que éste produjo. Cuando los conquistadores probaban atrincherarse, encontraron que la pólvora estaba húmeda y no prendía; en tal estado cayeron sobre ellos los Caribes, pusieron fuego a la casa fuerte y mataron muchos. Francisco de Soto fue herido en un brazo con flecha emponzoñada, por lo que murió luego rabiando, y los pocos que quedaron consiguieron escapar saliendo a mar abierta en una canoa, con el intento de buscar los navíos que se hallaban dos leguas distantes de las Salinas de Araya, y por dicha, aunque difícilmente, aunque perseguidos muy de cerca por los enfurecidos Caribes, quienes repitieron entonces en Cumaná las atroces escenas de Chiriviche y un lego que no pudo acogerse a la canoa, fue cruelmente asesinado; quemaron las edificaciones; mataron los animales de labor, talaron los sembradíos; todo lo destruyeron, y animados por esta ventaja, resolvieron hacer una tentativa sobre Cubagua con una Escuadrilla de Flecheras, más temerosos los conquistadores no osaron esperarlos, bien que fuesen 300 bien armados. Embarcáronse en dos Carabelas para Santo Domingo, dejando abandonado el establecimiento, donde los Caribes obtuvieron un cuantioso botín que trasladaron a Cumaná.
En 1520, a consecuencia de la captura de indígenas hecha por el Capitán Gonzalo de Ocampo en Cumaná, se procedió en la Real Audiencia de Santo Domingo a investigar si aquellos sabían vivir en vecindad con los castellanos, a fin de comprobar cuales eran los Caribes y para defenderse de los ataques de éstos resolvieron adquirir un Bergantín de quince bancos. Ya el Rey de España había ordenado que no podían venir a las Indias Occidentales navíos de menos porte de 80 toneladas; que cada navío de 100 toneladas llevase 15 marineros, un artillero, 8 grumetes, 3 pajes con sus corazas, petos y armaduras y que los que así no fuesen armados no ganasen su marinaje. Un Capitán que fuera hombre de armas, y que además, los navíos llevasen 4 piezas de artillería gruesa y 16 pasavolantes con la cantidad de balas y pólvora necesaria, plomo y moldes para las balas, dardos, picas, arcabuces, y rodelas. Que para contrarrestar el daño o efecto de las flechas emponzoñadas se usaran los arcabuces y las ballestas con sus aparejos y, que siempre se tuvieran de depósito alrededor de tres mil ducados.
Para refrenar y castigar los males causados por los indígenas a los conquistadores y la población de esta parte de Tierra Firme el Gobierno de Santo Domingo nombró en 1532 a Jácome Castellón, quien haciendo un “discreto” uso de la virtud, de la justicia y de la persuasión, logró al fin “afianzar” el orden, atraer a los indígenas descarriados, por medio de sus caciques, de modo que no sólo se recogieran a sus pueblos, sino que contribuyeran al establecimiento de la ciudad de Nueva Córdoba, en lugar distinto del que ocupara la Nueva Toledo, abandonada sin remedio; y para asegurar agua a los habitantes de Cubagua, construyó un fuerte a la embocadura del río Manzanares, precisamente, en el mismo sitio en que lo había iniciado el Padre Bartolomé de las Casas. Restableciose el saqueo de las perlas que había sufrido enormemente por los sucesos de Cumaná, en términos que los conquistadores se mantuvieron por mucho tiempo en la parte oriental, con el empleo de la fuerza.
Como una necesidad de la Marina de Guerra Española, en 1530 fue fundado el Puerto de San Felipe de Austria o de Cariaco, (Estado Sucre) cerca del Golfo de este nombre, a orillas del río Carinicuao.
Fundación de la Casa de la Contratación.
Los asuntos administrativos de América fueron en un principio confiados a una Superintendencia que residió en Sevilla y el Obispo de Burgos, Juan Rodríguez Fonseca fue el primer Superintendente, asesorado por dos Ministros. Pero, en enero de 1503 crearon los Reyes Isabel y Fernando en Sevilla la Casa de la Contratación y Negociación de las Indias Occidentales y Canarias, a la cual se había de llevar todas las mercaderías que se hubiesen de transportar a dichas tierras o se saqueasen de ellas. Dicha casa inauguró un nuevo sistema de administración, sus funciones fueron muy extensas; dispuso justicia, atendió el comercio y fue centro de investigaciones geográficas. En 1528 quedó sometida al Supremo Consejo de Indias, el cual gozó de inmensas atribuciones que perduraron hasta la emancipación de las Colonias Españolas de América, cuya Historia y Geografía le son acreedoras a servicios muy considerables. Es indudable que desde el principio todas las expediciones mercantiles se despacharon únicamente del río Guadalquivir y no hubo en España otro puerto habilitado para el comercio colonial que el de San Lucas de Barrameda.
En 1529 se determinó que desde varios puertos del Norte de España pudiesen los naturales de esas Regiones navegar con sus buques, mercaderías y frutos a las Indias Occidentales o Islas de Occidente en los mismos términos que hasta entonces lo habían hecho desde la ciudad de Sevilla, sin obligación de registrarse en ella, pero, ya fuese porque la guerra europea hiciera dificultoso y arriesgado el despacho de navíos solos de comercio; ya porque, como es probable, el de las Indias fuese muy poco conocido y frecuentado, es indudable que los pueblos y Provincias en cuyo favor se expidió el permiso, no hicieron uso de él, y Cédulas posteriores lo derogaron.