06 agosto, 2009

Caupolicán es capturado y sujeto a la agonía del empalamiento por una lanza a través del ano

Hay una escena de matriz épica de ese pueblo en La Araucana (1569) del español Ercilla en Chile:

“El jefe indígena Caupolicán es capturado por los Conquistadores y sujeto a la agonía del empalamiento por una lanza a través del ano. Su mujer Fresia, indignada por la derrota y la prisión de su hombre el jefe, lo enfrenta, y por desdén a su marido arroja a sus pies al hijo común. Empalamiento del padre y abandono del hijo por la madre, que trata a su hombre de “afeminado” y grita “que yo no quiero título de madre del hijo infame del infame padre”.

Los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II y sus sucesores, se ocuparon de manera no igualada por otros imperios coloniales de legitimar el Derecho Público en América Indiana. El primer asunto fue el reconocimiento de que los indígenas eran miembros del género humano, decidida en una famosa controversia de teólogos y juristas (como el padre del Derecho de Gentes Francisco de Vitoria) en Valladolid ante la presencia misma del monarca (1550-51).

A pesar de la ley, pero amparándose en ella para justificar la violencia, se practicó el primer gigantesco genocidio (con palabra anacrónica para esa época) desde el Renacimiento europeo hasta nuestros días.

Oigamos al Oidor Santillán de la Real Audiencia de Chile en el siglo XVI: “Los indios están escandalizados (...)de los que más escándalo tienen concebido, son los de las provincias de Chile, por haberse usado con ellos más crueldades y excesos que otros ningunos (...), matando mucha suma de ellos debajo de paz y sin darles a entender lo que Su Majestad manda se les aperciba. (agrega Armando Uribe: sin que sepan de las leyes), y otros quemando y encalándolos (-con empalamientos- A.U.), cortando pies y manos y narices y tetas, robándoles sus haciendas, estuprándoles sus mujeres e hijas (-en violaciones y crímenes sexuales-A.U.), poniéndolas en cadenas con cargas, quemándoles todos los pueblos y casas, talándoles las sementeras, de que les vino grande enfermedad, y murió grande suma de gente, de frío y mal pasar y de comer yerbas y raíces, y de los que quedaron, de pura necesidad tomaron por costumbre de comerse unos a otros de hambre, con que se menoscabó casi toda la gente que había escapado de lo demás.” (Cfr. José Toribio Medina, 1888; Lewis Hanke: La lucha por la Justicia en las Conquista de América).


Armando Uribe en su Tesis “El Fantasma Pinochet” (2000) y ahora El Fantasma de La Sinrazón.